El gobierno belaundista fue incapaz de comprender la base objetiva sobre la que se mueven los insurgentes: las condiciones de explotación y dominación de las masas populares. Tampoco tuvo la sagacidad de comprender que ellos a su manera, buscaban canalizar el desborde popular al que el estado no le había dado ninguna respuesta efectiva desde la década del 60. Ubicado desde una nube, el arquitecto pensó otra cosa: que la subversión no tenía raíces internas y que era fruto de una conjura del narco terrorismo internacional. Más aun, no estableció ninguna relación entre su política económica y la estrategia antisubversiva implementada por los militares. Resultado: agravo las condiciones materiales sobre las que se desarrolla la subversión.  Este hecho, por otra parte, llevo a que muchas analistas considerasen que la insurgencia se explicaba únicamente por la crisis económica y a que soslayasen su continuidad en términos de insurgencia popular así como también el fundamento ideológico y político de los alzados en armas.
Muchos creyeron que el intrincado tejido social peruano, podía alcanzar el consenso con el triunfo electoral del candidato presidencial del APRA en mayo de 1985. El joven abogado Alan García Pérez, después de la debacle electoral de 1980 y la pugna intestina entre los antiguos lideres del APRA, García insurgió como la estrella esperada por los seguidores de haya de la Torre y su camino seria meteórico: fue elegido secretario general del partido aprista peruano en el curso del XIV Congreso nacional a finales de octubre de 1982.