Las reflexiones que siguen estas páginas tienen como denominador común haber sido escritas desde el interior de la experiencia misma. No han sido construidas como ejercicio dinámico, aunque sin lugar a dudas, tienen ese nivel de erudición y análisis. Pero el aparato se asienta en la cotidianeidad, comparte los espacios con los miedos del , de sus pacientes, de su familia o amigos. Desde otras realidades se podrá pensar comparativamente y decir con suficiencia (y verdad), que situaciones iguales o peores se vivieron o se siguen viviendo en otros países. La certeza de que esto sea así no disminuye el horror de trece años transcurridos desde el inicio de la guerra interna en el Perú o de las experiencias paralelas en Uruguay o Argentina. En consecuencia, las vicisitudes de razonar y escribir sobre la violencia empiezan cuando una vez decididos a coger la pluma, surge una primera resistencia al pensar que las quejas o protestas no agregaran nada a lo ya dicho en todos estos años. Vencida esta valla, el caudal de información y sensaciones que acude a la mente es tan vasto, que no parece ser posible organizar un discurso coherente. Los trabajos que prolongamos dan cuenta de estas dificultades confrontadas desde el corazón mismo de una sociedad que sufre. Los escritos sobre el caso peruano fueron compuestos inmediatamente antes o después de la captura del máximo líder subversivo y transpiran la angustia de una solución todavía insegura.