Hay muchas diferencias entre la captura de Abimael Guzmán y de Oscar Ramírez Durand.
El primero era líder máximo. El segundo, uno de sus lugartenientes. Cuando cayó Guzmán muchos creían que Sendero podía llegar a gana. Cuando cogieron a Ramírez, casi todos creían que Sendero no daba para más. 
Guzmán un típico dirigente Stalinista de los 50, de estilo burocrático por muy radical que fuera, fue agarrado en un escondite limeño, pálido, gordo y rodeado de una pequeña corte de funcionarias senderistas que hacían lo posible por hacerle más cómoda la clandestinidad. Ramírez un típico maoísta de los 70, encarnación del voluntariado del rebelde errante, fue arrestado en un pueblito de los andes centrales, sucio, flaco y quemado por el sol, junto con sus dos camaradas de correrías.
Hay muchas otras diferencias y semejanzas. El Perú no es el mismo en 1992 y 1999, aunque hay cosas que siguen igual. Hay más orden. Pero para muchos la violencia solo ha cambiado de formas. La desigualdad social no sólo no ha disminuido sino que sería aún mayor. Muchas de las heridas del país siguen allí.